jueves, 15 de enero de 2009

ANOCHE SOÑÉ, BENDITA ILUSIÓN

Anoche soñé, bendita ilusión, que amanecía domingo templado y lluvioso; que al despertar, yacían ciento treinta y seis odaliscas que me rodeaban en una habitación diáfana con doseles de mármol y columnas dóricas sobre las que se recostaban jarras de plata repletas de vinos viejos tintos y restos de lo que hubiera resultado un festejo mayor.

Y me veía levantarme y pasear zigzagueando entre los desnudos cuerpos de mancebas dignas de cualquier retrato de Rubens, entre restos de ambrosías que dispersadas, copaban la fría piedra del suelo... Y me dirigía a las termas a disfrutar del reparador baño matinal, entre aguas cálidas y límpidas y retazos de lavanda y menta que aromatizaban el contenido de la pileta. Una vez aseado, me dispuse a cubrir mi hercúleo cuerpo con finas telas del lejano Egipto que rodeaban mi poderoso talle y terminé mi vestido con una braga que sujetaba con dignidad un par de cojones del tamaño de melones del mismísimo terreno de secano de Villaconejos... Enormes bolas que hacían guardia sobre un verdadero cañón de artillería pesada, al que por dimensiones y volumen llegaron a referirse como "El Gran Bertha".

Adecentado y vestido monté en carruaje digno de reyes, con cambio automático y con un cavallino rampante como adorno representativo. El vehículo a motor, manejado con suavidad y eficacia por una joven peloponesa, cuyas tetas parecieran sacadas de una revista dirigida a pervertidos sexuales, que basaran su desviación psiquiátrica en la búsqueda del volumen excesivo, me transportó hasta la puerta del Hipódromo de La Zarzuela, donde observé cómo las entradas se encontraban engalanadas por esfinges con la cara y el cuerpo del primer presidente de la Asociación de Aficionados de España, desaparecido durante una orgía sexual, en la que al parecer sucumbió bajo los terribles senos de una bella manceba que continuamente se preguntaba "¿esta mano es izquierda o derecha?", o en casos, "¿y si me pongo la manga del jersey en un brazo y meto la cabeza en el agujerito grande?"... Cuestiones de vital importancia y que denotaban un intelecto perfectamente evolucionado.

Entré por tanto, reverenciando una de esas cabezas barbadas esculpidas a mano por una de sus ex-amantes, que firmaba sus obras con el nombre de "O.C, Condesa", y a la que unos graciosillos habían completado... "me la pone tiesa".

Una vez dentro, recogí uno de los afamdos programas de mano que a la venta estaban por el módico precio de 6 sextercios de vellón del campo, donde observé gratamente, un bello relato firmado por un artista del momento: Lorgot Tellado.

Pasee por la orilla del paddock y pude observar a un embozado en el tejadillo que miraba incrédulo y observador; al cruzarme con él, ataviado con un elemento plástico azulado de modas antañas y una pulsera añil semejante a los utensilios que se emplean para espantar moscas a la orilla de los grandes ríos, volvimos nuestras cabezas instintivamente y nos reimos en callado silencio... Como un par de anormales... Eso es... Como un par de verdaderos anormales. Saludé a un centenario chopo ornado con una chapa metálica que decía "Aquí se apoyó L. Quercus, aquel que nunca cruzó plabra alguna con los suyos... y no era mudo, el joío..." (la última parte de la escritura, la verdad es que parecía redactada por un infante, más que por un amanuense versado).

Me apresté junto a unas taquillas de apuestas desde las que pude observar a individuos de varias calañas: una bella mujer que sutilmente, a quien quisiera escuchar decía "nunca digas este cura no es mi padre, ni esta polla no me cabe"... Un pedazo de bestia en potencia, la bella dama... Más allá, dos individuos embozados, se encargaban de zancadillear a otro, que por efecto del trance, rodaba escaleras abajo; los dos sujetos se felicitaban conversando de esta manera: "Cagondios Manolito, que hostia le hemos metido"; a lo que el otro rebatía, "Mira Pakito, mira como rueda... Hale qué hostia se ha metido con la barandilla"... Y justo en la barandilla, otra persona, recta y humilde, recogía los pedacitos que quedaban del caído y se aprestaba a mantener firmes las heridas, taponaba con ungüentos las rozaduras y aliviaba los dolores con maternal esmero... Aimar que te meto, se oyó decir al individuo zancadilleador, y el buen samaritano paralizó su buena obra.

Más abajo, dos jóvenes dicutían sobre las lozanas muchachas que lucían encantos en la pradera; uno de ellos le decía al otro: "ya va para veintinueve primaveras y aún he de perder la inocencia"; a lo que el otro joven respondía, "mejor con ésa que permite mensajes privados".

En la bocanas de entrada apareció un camionero que había averiado el trailer; envuelto en un aura angelical, con un gorro que servía en los días de lluvia para tapar el coso taurino de la calle de la Magdalena en Castellón de la Plana, y que había llegado para dejar huella entre nosotros. Del camión, descendió majestuosa una audaz dama que dijo "R2D2, al camion ótra véz", empleando tildes de manera arbitraria.

En las taquillas dos individuos rompían sus tablas una y otra vez. Tenían rotas ya 136 juegos de tablas y las rompían cada vez que no acertaban carerra alguna: Jacinto y David eran sus nombres. El primero iba en compañía de un transitor y el segundo se hacía de notar a los acordes extentóreos de "Como una ola..."...

Y allí, a lo lejos, protestando por el precio de las entradas, por el enfoque de la televisión, por el polvo del camino, por el precio de los sandwiches mixtos, de la bajeza de los urinarios y del verdor de la hierba, estaba nuestro Héctor...

Y en el sueño, me acerqué a a él y con sumo cuidado, con reverencial respeto... le besé...

... Al tontolaba

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