jueves, 15 de enero de 2009

HÉCTOR Y EL TORDO

Vivía Héctor en su montaña, separado del mundanal ruido, de todo aquello que le parecía una sucia mentira, una sociedad gobernada por demócratas, de gente que desconocía el significado del forfait-list; de ignorantes que no tenían ni idea de que en Francia aún se consume carne de caballo, y que cada 15 de agosto, como siempre sin tarjeta, se corre en Donosti (para él era San Sebastián, naturalmente), la Copa de Oro.

Y vivía Héctor dedicado a la meditación y cuidando un rebaño de caballos; no de caballos cualquiera, sino de una enorme manada de alazanes tostados... Ahí es nada. Un día de ocio, Héctor, aburrido de dar vueltas a los posibles candidatos de la Copa América y de echar horas al análisis de los posibles vientos dominantes en la regata principal, y al no haberse comunicado con persona alguna drante más de diez días, decidió gastar una broma: saldría corriendo hacia el poblado más próximo, poblado en la ladera de un monte suizo, donde los habitantes no hacían más que vestir con camisas de marcas reconocidas, y llegando sudoroso y espantado decir que había visto al tordo feroz y que había plantado cara a toda su manada de alazanes tostados, atacándolos despiadadamente. Dicho y hecho, nuestro Héctor corrió ladera abajo hasta llegar a los dominos de los acaudalados y marquistas vecinos, gritando... "un tordo feroz, un tordo feroz".

El pueblo se movilizó solidariamente. Se armó y se dirigió a lo alto del monte donde pastaban felizmente los alazanitos. Al ver que no había sucedido nada, le preguntaron a Héctor: "chaval, ¿eres gilipollas? A cuento de qué coño haces el imbécil de esta forma. Deja de tocar los güevos a ver si te vas a tragar este contenedor de carne de caballo, que, como sabrás, se ha adquirido en Francia"...

Héctor, satisfecho con su broma, descansó feliz unos días. Se le veía a escondidas y en solitario, contando su hazaña a una tortuga descaparazonada que le miraba entre perpleja y quejumbrosa. Y a la vez que le contaba la historia, el atontao se moría de risa. Al cabo de unos días, decidió repetir la supuesta broma. Jadeando llegó a l pueblo gritando: "un tordo feroz, un tordo feroz". LO vecinos volvieron a alarmarse, se dispusieron en formación para ayudar y al llegar a la manada vieron que reinaba la calma y la tranquilidad... "Pero bueno, imbécil, ¿tú eres bobo?". Héctor se moría de risa con su gracia, la tortuga se escondía con verguenza ajena y un vecino le criticó, amenazándole con darle un par de ostias si volvía a repetir tan gilipollesca bobada.

Finalmente, una noche de luna llena, de esa luna que hace las noche mijeñas limpias y esplendorosas durante casi tres meses, apareció por las inmediaciones de la manada de alazanes tostados el auténtico, el genuino, el único... Tordo Feroz... Héctor bajó corriendo a pedir auxilio. Los vecinos al verle le dijeron, ¿qué pasa Héctor, amigo... qué decimos amigo... hermano?... El Tor..., el Tor... el Tordo Feroz dijo exhausrto.

¿Sabes lo que te digo?, le dijo uno de los vecinos. Que al tordito, un eurito...

Y el Tordo Feroz, mientras tanto, se acercó a los alazanes tostados, y muy cerca de las orejas, les dijo uuuuhhhh, uuuhhhhh.

Y colorín colorado, un eurito apostado

No hay comentarios: