viernes, 9 de enero de 2009

UN CUTRE Y ABSURDO CUENTO DE NAVIDAD, por Adelmo da Ontrato.

“Era cutre el viejo Karl Gruñundum. Cutre y cortante como un pedernal; rezongón, protestón y cutre como ninguno. El frío que llevaba dentro helaba sus toscas facciones, mordía su letra afilada, abermellonaba su carácter, enrojecía sus frases, y salía a su exterior en una voz ronca.
Una vez a la semana, el mejor día –es decir, el domingo-, se sentaba enfurruñado frente al televisor, balbuciendo y mascullando.
-¡¡Vamos, Karl!! ¡¡Hoy hay Carreras en La Zarzuela!! –gritó una voz animada. Era nuestra querida amiga Jazz.
-Bah. ¡¡Paparruchas!!
Jazz estaba resplandeciente, la cara rubicunda y hermosa.
-¿Las Carreras una paparrucha, Karl? No quieres decir eso, ¿verdad?
-¡¡Sí!! –dijo Karl Gruñundum-. ¿Carreras? ¿Qué razones hay para ir a las Carreras? Siguen cobrando los muy ladrones 30 euros por entrar y aún no han colocado la escultura de mi busto en el Cuarto de Comisarios ni han retirado mi camiseta.
-Entonces –replicó Jazz- ¿qué interés se te sigue de estar en un foro de gente que va a las Carreras o que sueña con ir a las Carreras?
Al no tener respuesta apropiada, Karl Gruñundum dijo de nuevo:
-Bah. ¡¡Paparruchas!!
-No seas arisco, Karl –dijo Jazz.
-¿Qué otra cosa puedo ser cuando habito semejante mundo de imbéciles? Si pudiera hacer mi voluntad –continuó Karl Gruñundum, indignado- echaría del Hipódromo a todos los que se visten con polos Lacoste, a los clasistas componentes de la Cuadra El Drama Social, a los que no leen El Mundo; acabaría con los que se dan el capricho de montar a sus caballos con sesenta y nueve kilos, eliminaría todos los nombres absurdos y volvería a bautizar a esos pobres animales con mi nombre y enumerándolos; y suprimiría la vomitiva Copa América de Vela y callaría para siempre al Doctor Sugrañes por mucho personaje de Mendoza que se crea. Y también, de paso, a ese tal Tarado.
-¡¡Karl!! –suplicó Jazz.
-¡¡¿Por qué no te callas?!! Vive las Carreras a tu modo y déjame a mí vivirlas a mi modo.
Jazz dejó el cuchitril de Karl Gruñundum sin una palabra de enfado.
Por fin se quedó solo Karl Gruñundum. Tomó su acostumbrado aperitivo de Cola Cao y galletitas y se apoltronó en el sofá para dar una cabezada.
Karl Gruñundum tenía tanta fantasía como cualquier otra persona del foro, y no había concedido a Melquíades otro pensamiento desde que Melquíades partió a principios de Noviembre con su sombrero de alas de cuervo hacia los médanos de Singapur.
Así quisiera que alguien me explicara cómo Karl Gruñundum, que tenía cerrada la puerta de su cuchitril, contempló la cara de Melquíades con una expresión de horror y sentado Melquíades al otro extremo del sofa.
Un terror extraño e inexplicable se apoderó de Karl Gruñundum.
El cuerpo de Melquíades era transparente y neto. Era apenas una presencia invisible que murmuraba: “he muerto de fiebre en los médanos de Singapur”.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres de mí?
-He venido para avisarte que tienes una oportunidad y una esperanza de escapar a tu destino –dijo Melquíades-. Te van a visitar tres espíritus.
-¿Y son esos tres espíritus una oportunidad y una esperanza? ¿Son esos tres espíritus la oportunidad y la esperanza que acabas de mencionar?
-Sí; y mañana, cuando el reloj marque la una, vendrá el primero.
Tras haber hablado así, Melquíades se fue separando de espaldas y salió flotando.
Karl Gruñundum no creía demasiado en este tipo de cosas, pero no pudo evitar que una sombra de inquietud nublase de continuo su frente durante el resto de aquel día.
A la caída de la tarde, estando necesitado de reposo, se fue a la cama sin desnudarse y, en seguida, se quedó dormido.
En la mañana siguiente, ya en su despacho, una estancia con mucho de cutre, Karl Gruñundum pensaba y pensaba una y otra vez, y no sacaba nada en claro. Cuanto más pensaba, más perplejo se sentía; y cuanto más procuraba no pensar, más pensaba: el espectro de Melquíades le perturbaba profundamente.
Al filo de la una, una luz sobrenatural fulguró en el despacho y las cortinas de las ventanas que daban a un patio en el que el olor a pis era tan sólido como la loza de las paredes se separaron con un vuelo leve.
Karl Gruñundum pegó un salto y se encontró cara a cara con el visitante. Era una figura extraña, como la de un pirata con pluma: la que habría sido la peor pesadilla de Jack Valenti.
-¿Eres el espíritu cuya llegada me predijeron?
-Puedes llamarme Sparrow –la voz era suave y generosa.
¿Quién eres?
-Soy el espíritu de las Carreras pasadas. Las Carreras que tú viviste. Las Carreras que tú disfrutaste.
Karl Gruñundum se atrevió a preguntarle la causa de su visita.
-Tú ven conmigo...
En un momento se encontraron en lo que fue el Hipódromo de La Zarzuela. La gente se arremolinaba en las taquillas de apuestas, los niños correteaban por las praderas, las banderas ondeaban orgullosas en la explanada de General y no pocos aplaudían enfervorizados en torno al Recinto de Balanzas donde los propietarios de la Cuadra Rosales se aprestaban a recoger un premio.
-¡¡On, no!! Los apestosos de la Cuadra Rosales. Nunca me han caído bien.
Después siguieron caminando hacia el paddock. Pasaron por el vestíbulo del Bar Rojo mientras algunos caballitos iban trotando hacia ellos, cada uno ligado a un montón de recuerdos.
-No son sino sombras de lo que ha sido –dijo Sparrow-. Y en la Tribuna de Preferencia hay un chico al que quiero que veas.
Karl Gruñundum lloró al verse a sí mismo, cutre y marginado como había sido. Y volvió a ver sobre la pista a Eco, a El Poeta, a Pamparal y Tirombaço. A Crazy y a Ring of Greatness.
Y a un caballo que siempre le había gustado y que llegó a ser segundo del Gran Premio de Madrid.
Entonces dio rienda suelta a sus lágrimas.
-Se va terminando mi tiempo –observó el espíritu-. ¡¡Vamos aprisa!!
Ahora Karl se vio a sí mismo como un hombre en la flor de la vida. Su cara no tenía las líneas ásperas y rígidas de años más tarde, pero ya mostraba signos evidentes de cutrez y de enojo.
Una joven a su lado, una joven con una yugular preciosa y con marcado acento argentino, trataba de aquietarlo con sus buenas palabras de arriera.
Karl Gruñundum, como ausente e imperturbable, hacía oídos sordos con insistencia:
-Yo no soy de los que ponen la otra mejilla, milady. Estás muy equivocada. Quién me busca me encuentra, y los que me encuentran no quieren volver a buscarme. Y yo no insulto nunca primero, ¿te enteras, sucia mentirosa?
-¡¡Sparrow!! –gritó Karl Gruñundum con voz quebrada-. Llévame de este lugar.
-Te dije que no eran más que sombras de lo que ha pasado. No me censures por ello.
Karl luchó con el espíritu, que desapareció. Apenas tuvo tiempo de irse tambaleando al diván de su despacho, donde cayó en un profundo sueño.
Al cabo, despertó a causa de un ronquido descomunal y vio una luz cuyo origen atribuyó a la aparición del segundo espectro.
En el instante en que se incorporó, una voz extraña y con un punto de humor aventajado le llamó por su nombre.
Los ojos del espíritu eran socarrones y amables y el mismo espíritu, entrado en carnes, irradiaban un enorme y simpático magnetismo.
-Soy Lorgot de Comala, truhán y aventurero. Y soy el espíritu de las Carreras presentes. Toca mi vestidura...
Karl Gruñundum hizo lo que se le ordenaba y se garró con fuerza. Al instante se encontraron en el actual Hipódromo de La Zarzuela, rodeados de gente jovial y feliz.
Qué visión la de las vituallas del salchichero, y la de las pechugas de matronas que se atisbaban entre las rendijas de los atuendos de las féminas más generosas. Y qué visión, hermanos, la de las tribunas portátiles, la de los cuartos de baños portátiles, la de las taquillas de apuestas portátiles, la del césped portátil, la de la meta portátil, la de los preparadores portátiles, la de los trofeos portátiles, la de las portátiles chicas de Biotherm Homme.
Lorgot de Comala condujo a Karl Gruñundum directamente al recinto de acreditados.
Sin ser vistos, Karl Gruñundum y Lorgot pasearon entre los corrillos de aficionados, unos pertrechados con bufandas tipo loden y otros escrupulosamente compuestos con trajes de Ermenegildo Zegna.
El espíritu se detuvo al lado de un grupo de hombres de mediana edad.
Junto a ellos, descubrió Karl Gruñundum que bajo la apariencia exquisita de los acreditados, una apariencia que él siempre había criticado, los acreditados presentaban los mismos problemas, las mismas aspiraciones, los mismos deseos, las mismas ilusiones y las mismas expectativas que cualquiera.
Y también las mismas ansias por encontrar la respuesta a los dos grandes enigmas de la humanidad: ¿por qué estamos aquí? Y, sobre todo, ¿son realmente trigo limpio las mujeres?
Al poco de situarse junto a ellos, junto a los hombres de mediana edad, Karl Gruñundum alcanzó a escuchar un trozo de conversación en un corrillo aledaño:
-A mí el que me hace mucha gracia es ese que escribe en rosita. El que se hace llamar Karl Gruñundum.
-¡¡Ah, sí!! – contestó otro-. El que sale a dos o tres broncas por semana. No sé si él se dará cuenta, pero una y otra vez deja bien claro que lo suyo no es más que el reflejo de un absoluto desafecto en la infancia.
-Pobrecillo –concluyó un tercero-. Si es así él no tiene la culpa de ser como es. Propongo que el próximo cuarteto que agarremos lo destinemos a su completa rehabilitación en un centro especializado. Se lo debemos. Y creo que no será muy complicado dar con él.
-Estoy de acuerdo –añadió el que primero había hablado-. Conozco un centro cerca de Pedrezuela donde pueden ayudarnos.
Karl Gruñundum miró a su alrededor buscando al espectro pero ya no lo vio. Mas al alzar la vista, vio a un fantasma de aspecto solemne, envuelto en ropajes y encapuchado, que venía hacia él como la niebla al ras de suelo.
-¿Estoy en presencia del espectro de las Carreras que han de venir?
Los pliegues de la parte superior del atavío del espíritu descendieron durante un instante, como si hubiera inclinado la cabeza. Esa fue la única respuesta.
-¡¡Espíritu del futuro, te temo más que a los otros; pero como sé que tu propósito es hacerme bien, y espero vivir para ser hombre diferente del que fui, estoy preparado de corazón para recibir vuestra compañía!! ¡¡Guiadme!!
El espíritu y Karl Gruñundum atravesaron océanos de tiempo y llegaron a una sala fría e inhóspita. Un hombre calvo, picado de viruelas y con aspecto sudamericano, se situaba al otro lado de una barra de madera sobre la que se veían golosinas surtidas de todos los colores y de todos los tamaños.
El hombre de aspecto sudamericano se acariciaba el mentón distraído mientras miraba en un televisor móvil un programa de corte basurero. Junto a él, sentada en un taburete, una anciana con el pelo teñido de escarlata se pintaba las uñas carcomidas.
Karl Gruñundum se fijó en que, sobre una destartalada silla y enfrente de una pantalla en cuyo perfil y rodeado de adhesivos con imágenes de futbolistas alguien había ejecutado una pintada en la que se podía leer <>, un hombre de aspecto ajado y enfundado en un guardapolvos marchito trataba de manejar un teclado amarillento.
Y, por el poder del espíritu de las Carreras futuras, supo que el hombre ajado era él, y supo que lo que el hombre que era él trataba de escribir era uno de aquellos furibundos mensajes que, en ese momento futuro, ya no iban a parar al foro general de A Galopar, sino a un apartado que a finales de la primera década del siglo XXI los moderadores habían creado para él bajo la denominación de INVECTIVAS.
Y supo que ya nadie lo leía, y que ya no llamaba la atención.
Y supo que el fantasma de las Navidades futuras era el enorme Rasputín, y que quizá él, Karl Gruñundum, estaba ya más allá de toda esperanza.
Y se arrojó a los faldones del espíritu:
-¡¡Buen espíritu!! –dijo de rodillas ante él-. ¡¡Vuestra naturaleza intercede por mí y me compadece!! ¡¡Aseguradme que puedo cambiar las sombras que me habéis mostrado cambiando de vida!!
¡¡Honraré a las Carreras de Caballos y a los foreros de buen corazón!! ¡¡Apaciguaré mi ánimo, sosegaré mi furor, aquietaré mi rencor!! ¡¡Tal vez me haga clérigo!!
Y alzando las manos en súplica postrera para cambiar su destino se vio otra vez en su covacha, enfrente de su ordenador.
Y se sentía tan ligero como una pluma, tan contento como un ángel, tan limpio como un escolar. Tan aturdido como un borracho.
Y lo mejor y más feliz de todo era que el tiempo que tenía por delante
para enmendarse era el suyo.”



DEDICADO POR LOS DOSMIL MENSAJES BERMELLONES NO BORRADOS.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Solicito al Moderador de este foro que borre este mensaje en el que se me insulta gravemente y al que además, le faltan numerosas tildes.

Gracias (Mensaje 2.766)

Carburundum

Anónimo dijo...

Carburundum, por favor. Deja de solicitarnos la retirada de mensajes porque se hable de torditos o de cutres y absurdos nombres de caballo. La carne de caballo se come en Francia, por lo que te evito el poner un nuevo mensae.

Un saludo y a ver si podemos hacer de este foro un núcleo de unión y no un redil de desencuentros tordos... coño

Moderador López-Máster

Anónimo dijo...

Me estoy interesado



Juani