jueves, 20 de noviembre de 2008

CARBURUNCITO ROJO (aprovechando la idea de un amigo mío)

Érase una vez que se era, un muchacho quisquilloso y malencarado, suspicaz y atormentado, protestón, cansino y no muy listo, la verdad sea dicha. Este muchacho gustaba de tocarse con una capita roja, para verse más bonito que un San Luis, y más recordar a El Cordobés en tardes de faena, de sol y moscas, que a un mosquetero de la Corte del Rey Luis XV de la France (Galop).

Nuestro héroe encontrábase en casa un día cualesquiera cantando en susurros una bella melodía: "al tordito... un eurito...laralaralarito...", cuando sin previo aviso, abrióse la portezuela de su casa y como en una onírica imagen, bajo una luz cegadora procedente del exterior, apareció ante él, como un ánima, la veldad de sus sueños, una odalisca hermosa y grácil vestida con traje de neopreno verde ajustado a su morcillón talle, con aletas de bucear y un snorcle king size de última moda, superfashion. Su mirada se tornó alegre, sus instintos más primarios afloraron y un breve (no nos hagamos ilusiones) bulto, apareció prominente en el lado izquierdo de sus calzas, que de ante rojo eran, como los toreros bravos en tarde de faena. Presa de desconcierto, abatido por la verguenza de prestar públicamente imagen azorada por ese súbito despertar de su masculinidad, Carburuncito solo pudo exclamar "al tordito... un eurito".

Una vez repuesto del schock y con la inflamación remitiendo, postróse a pies de su amada y con cuidado de no apoyarse sobre el descaparazonado y arrugado cuerpo de una tortuga que acompañaba a su diosa, solicitó de ella sus favores. Ella, la dueña de la tortuga, no la tortuga, decidida y generosa, le dijo: "mira Carburuncito Rojo: todos mis favores te serán concedidos, una vez hayas cumplido exitosamente, la tarea que te encomiendo"... Esta frase resultó apenas ininteligible, ya que la diosa no se había quitado el snorcle de la boca, y compatibilizaba golpes de lengua contra la ventosa de succión, completando el episodio con un molesto ajetreo provocado por la interacción del tubo contra las paredes laterales de los fornidos mofletes.

Nuestro Carburuncito por el contrario, entendió el aserto a la perfección y dispúsose a escuchar el mandado.

- Mira Carburuncito, dijo ella, deberás coger una cestita con fotitos de Paquito, para llevársela a tu abuelita, que se encuentra en su casita del bosque. Ten cuidado, que en el bosque se ocultan peligros que pudieran desviar tu atención y ponerte en peligro. Podrás encontrarte con el Caballito Feroz, malvado ser de capa alazana tostada, que se entretiene asustando a los torditos al grito de buuuuhhh, buuuuhhhh, apostado tras la arboleda a la espera del paso del primer tordito que por allá acuda; has de cuidarte de su presencia.

- No te preocupes mi bien, que habré de cuidarme de él, como en tiempos me cuidaba del malvado Sparrow, malnacido mentiroso.

- Por otra parte, hay un malvado cazador que no detiene su arma ante las pobres presas que se le crucen en su camino: este cazador, se dispone en las proximidades de los chopos, suele ir cargado de papeles y podrás distinguirle porque suele portar luminosos pantalones chubasqueros en añiles tonos. Escapa de su campo de acción, ya que emplea la palabra como arma, lo que resulta letal de necesidad.

- No ha de preocuparte esta circunstancia, mi amor, ya que estoy acostumbrado a cruzarme con otros sucios mentirosos, como el animal de Rasputín, y tengo el cuerpo bien adoctrinado para conocer en el acto, el peligro que sobre mi cuerpo se cerniera.

- No es todo éste el peligro, Carburuncito; deberás cuidarte de un individuo que anda vagando por el bosque con un taco de entradas al hipódromo de 30 euros. Sin duda es de los más peligrosos, ya que intentará abordarte con malas artes para que renuncies a tu valiente decisión de no dejarte avasallar por tan infame atropello y caigas en sus redes obteniendo las asquerosas entradas, validando de esta forma, un ultraje a la razón, un vil atropello a lo políticamente correcto.

- Con éste, has de preocuparte aún menos; este tema (alguna vez creo haberlo hecho público) no es de mi agrado, como no lo son las despreciables gradas portátiles, casi tan despreciables como el gordo cabrón malnacido de Lorgot.

Así pues, tras recibir los consejos de su amada, Carburuncito Rojo, enfundóse su capita carmesí de finas costuras y arribó al lóbrego bosque donde sorteó, no sin dificultad, a un vendedor del Diario El País que deseaba que se suscribiera por diez años a un periódico tan sesgado, tan tendencioso, como despreciable, donde escriben auténticos demócratas... Vade retro, Satanás, se le escuchó decir a nuestro héroe y salió por peteneras en sentido opuesto.

Tras unos metros recorridos, encontróse Carburuncito Rojo con Manolo Lama que venía de retransmitir la Copa América de veleros bergantines. Su presencia provocó vómitos mucosos y a veces sanguinolentos a nuestro Carburuncito, que a duras penas, y con riesgo de deshidratarse ante tan vacua ilusión, retrocedió y enmendó su trayectoria para toparse de bruces con el Caballito Alazán tostado que aproximándose sigiloso por la espalda, le sopló: buuuhhhh, buuuuhhhh, como si de un despiadado ataque a un tordito se tratara.

¡Vaya susto!, expuso Carburuncito, que a poco pierde las estampitas de su Paquito. Sorteando como pudo otros peligros: una tele con la Copa Federación de tenistas, un vendedor conspicuo de botes de Nesquick Vip Express einn doble einn, y a diez o doce paseantes tocados en sus camisas con imágenes de cocodrilos o caballitos de polo, a los que desde la distancia, envío a esparragar por su indecente indumentaria elitista, aproximose a la casa de la abuelita; llamó a la puerta y dijo: abuelita, abuelita, ya está tu Carburuncito aquí...

En la habitación de la abuelita, la habitación 506, se escucharon ruidos, ajetreo, movimientos nerviosos, ruido de puertas abiertas y cerradas, movimiento de la cama; la abuelita dijo: espera un poco, coño, jodío niño los cojones que no da una ni en festivo... Al cabo, la abuelita, le hizo pasar. Déjame la cestita aquí y desfila antes de que te lleves un par de pescozones, por atontao. De acuerdo abuelita... La abuelita era un clon de La Juani, algo inaudito, oiganme ustedes...

Justo cuando Carburuncito daba la vuelta y retrocedía para salir por el vano de la puerta, del armario empotrado de la pared se escuchó un infernal ruido y, trastabillado, perdiendo el equilibrio, completamente en bolas y con la fuchinga asemejando a un bígaro del Cantábrico asturiano, salió AAZ, el abuelito galán de la historia, el elegante caballero, el fascinante príncipe de nuestra dama. Tropezóse y callóse al suelo con estrépito y, todo sea dicho, con escarnio... Carburuncito, ante la evidencia de que la abuelita Juani, estaba cotejando a Cupido en brazos del apuesto galán, acercóse a levantarle y espetóle: al tordito... un eurito. Cerró la puerta y dejó atrás a La Juani que se estaba interesada en que no dijera nada.

Al regresar a su casa, con el deber cumplido por bandera, Carburundito fue a recoger su recompensa. La del neopreno había huído con otro y le había dejado una afectiva nota que decía: déjate de torditos, déjate de galletitas y estáte un poquito más al loro, tron.

Y colorín, colorado... un eurito apostado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

CARBU CABRÓN, LORGOT ES EL MEJOR

Anónimo dijo...

No llevaba bizcochitos?