jueves, 9 de octubre de 2008

VIDA Y OBRA DE HÉCTOR BOCASUCIA, EJEMPLO DE TONTORRONES Y ESPEJO DE BESUGOS, por VIRGIL STARKWELL (Violonchelista)

Cuenta la leyenda que la madre de Héctor Bocasucia había tenido cierto éxito entre los cabarets de la Barcelona de la posguerra primera. Rubicunda y maciza, con un cierto parecido al Charles Laughton de Testigo de Cargo, no poseía la Silvana mucho poderío artístico, pero sí contrarrestaba gran parte de sus carencias con un empuje físico rotundo y con un descoco que no se conocía en la Ciudad Condal desde los Tiempos de la Veleta.

Su verdadero nombre, el verdadero nombre de la madre de Héctor Bocasucia, digo, era Balbina Mateos, pero a ella le dio por presentarse como Silvana la tarde en la que Onofre Sanzberro, el mandamás de los cabareteros de la Barcelona de la década de los cuarenta, la citó en el salón de actos del Colegio Santa María de la Providencia para "pasar la prueba".

Evidentemente lo de la prueba era una excusa pueril, pues la última intención de Sanzberro sólo era cepillarse a la nueva adquisición para la noche barcelonesa, pero era tanta la fealdad que atesoraba la Silvana y tan poca la gracia que se podía apreciar en aquel cuerpo de aldeana destetada a base de chorizos de orza, que Onofre Sanzberro salió de la pieza rápidamente tras haber dado el visto bueno y pensando más en sacar provecho de aquel mazacote jurásico no por la virtud de la voz, sino paseándola a los cuatro vientos como la verdadera mujer barbuda.

No fueron fáciles los comienzos de la Silvana en el mundo del espectáculo. De hecho, la primera vez que se subió a las tablas, en el Petit Folies Bergère, ubicado en lo que ahora resulta ser la calle de San Pelayo, no fueron pocos los que la confundieron con un estibador que había desaparecido sin dejar rastro durante la reciente Revuelta de las Chistorras, y los que no prorrumpieron en gritos de alboroto cuando la Silvana afrontó las notas iniciales de su número fueron nada más y nada menos que aquellos a los que la carcajada se lo impedía.

Al amanecer del día siguiente, en su raída habitación de la Pensión Márquez -Ambiente Familiar y Tres Platos Agradecidos-, completamente rendida y helada de frío, Balbina Mateos, a la que se habría de conocer en el mundillo de la más baja estofa de Cataluña como la Silvana, lloraba amargamente y sin hacer ruido bajo los posters de Aristide Bruant y Aníbal Troilo durante media hora antes de quedarse dormida.

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